viernes, 4 de enero de 2008

La libertad a solas


Vengo de ver mi cara en el espejo,
de decirme mujer, de pensar esto:
mujer en singular es algo serio,
¿por qué entonces mujeres los plurales
son tomados a risa y hasta sirven
para una broma ingenua? ¿Qué hay de ingenuo
en preguntar si tu hijo está desnudo?
¿y ahora con qué lo abrigo?
No es cosa de sonrisa maliciosa
decir con aflicción: ¿Qué le ponemos?
Desde este yo concreto, aislado, nítido,
pido que examinemos ciertas cosas
comunes, en concreto.
Son vanas abstracciones
libertad, igualdad, hombres, mujeres…
Lejanas referencias.
Porque si yo soy libre y él esclavo,
en el plural genérico seremos
esclavos todos, hombres y mujeres.
Con que entonces sospecho que al respecto,
para ser consecuentes
tendremos que empezar por los plurales
a destruir la soledad, las islas,
los reinos que nos tejen y tejemos
a veces con escrúpulos, con miedos,
para quedarnos solos, indefensos,
mitad humanidad, mitad derecho,
mitad hombre, mujer,
mitad y por mitad un indefenso
perfil se esta mirando en el espejo
y llora ya sin maquillaje ni rimel
por el error que fue sentirse libre,
por elegir trabajo, un sueño,
la cama en que dormir, con quien hacerlo,
el hijo que vendrá y el que matamos
todos alguna vez. Y en ese momento
no admitió allí plurales ni genéricos.
Mujer a solas, con su alma y con su cuerpo.
A solas con su vida y con su muerte.
A solas ¡y pensar que él era nuestro!
Con que entonces propongo, si hay acuerdo,
que de una vez por todas comencemos
a trabajar de afuera para adentro.
Pido por lo llorado, el mal silencio,
la libertad a solas,
el generoso gesto de entendernos.
Basta ya de este juego tan siniestro
de ser uno y ser libre.
¿Mi libertad? ¿la tuya? Son dos cuentos,
dos pedazos, apenas una chispa
en un infierno.
Por todo lo que iremos aprendiendo
La libertad estirará sus miembros,
Y cuando se eche a andar dirá si es cierto
¡si somos libres y con qué derecho!

María Isabel Constenla

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